Resulta
imposible determinar con total exactitud el número de víctimas de la Guerra de la Triple Alianza. El único beligerante cuyas pérdidas humanas pueden calcularse con
razonable precisión es Uruguay,
debido a lo reducido de su contingente y al hecho de tratarse exclusivamente de
personal militar: aparentemente, de 5.583 hombres que participaron de la
contienda murieron 3.120, es decir, más de la mitad.
Los partes
oficiales del Ejército Argentino dan la cifra de 2.967 muertos en combate hasta
el 16 de julio de 1868, y teniendo en cuenta que a partir de entonces las
únicas batallas importantes con participación argentina fueron Acayuazá, Lomas
Valentinas y Peribebuy, podemos cifrar dichas pérdidas en poco más de 3.100.
Aplicando la regla según la cual los caídos en combate representaban en esa
época sólo un 25% del total, es lícito estimar los muertos argentinos en
alrededor de 12.000, aunque por supuesto dicha cifra es una mera aproximación y
no debe ser tomada como absoluta.
Igualmente difícil
de calcular es la cantidad de bajas fatales sufridas por Brasil. El gobierno
imperial declaró en 1870 que entre el inicio del conflicto y el 18 de agosto de
1869 4.332 soldados habían perdido la vida, una cifra ridículamente baja que ha
sido unánimemente descartada por los historiadores. Algunas fuentes estiman el
número de muertos en 100.000, lo que parece evidentemente excesivo en
comparación con el número de efectivos alistados. Muy probablemente, dichas
pérdidas rondaron la cifra de 50.000, víctimas de las epidemias incluídas.
La polémica
se torna inevitable cuando se repasan las pérdidas sufridas por Paraguay.
Efraím Cardozo declaró que, de una población de 1.300.000 habitantes al
iniciarse el conflicto, sólo sobrevivieron 200.000, mayormente mujeres y
ancianos: dicha afirmación se basa en un trabajo de Gabriel Carrasco del año
1905. Tal escalofriante cifra de más de un millón de muertos resulta sin
embargo insostenible al confrontarla con modernos estudios demográficos. El
censo de 1846 ordenado por Carlos Antonio López había dado un total de 238.862
habitantes, y si bien un cierto margen de error resulta inevitable (por
ejemplo, al no incluir las tribus indígenas “salvajes”) se trata del dato más confiable
del que disponemos. Dado que Paraguay
en modo alguno era un país de inmigración (como
comenzaban a serlo en forma incipiente Argentina y Brasil) resulta sencillamente
imposible creer que la población pudiera quintuplicarse en el lapso de dos
décadas. Una proyección realista elevaría la población paraguaya en 1865 a una
cifra que oscilaría entre los 450.000 y 500.000: considerando los 221.079
habitantes (106.254 mujeres, 86.079 niños y 28.746 hombres) registrados por el censo
llevado a cabo por los aliados en 1872, los nacimientos que tuvieron lugar
durante el conflicto y los habitantes que emigraron a Argentina y Brasil al
finalizar la contienda, puede estimarse que los muertos paraguayos rondaron los
300.000: cifra de por sí suficientemente terrible, al representar un 60% de la
población…
Si bien los
soldados paraguayos sufrieron en combate pérdidas muy superiores a las de sus
adversarios (por un lado debido a su inferioridad numérica y técnica y por otro
a su fanático coraje, sólo comparable al de los combatientes japoneses durante
la guerra del Pacífico), la cifra total de bajas militares es muy inferior a la
arriba citada, correspondiendo la mayor parte de los muertos a la población
civil. Este hecho llevó en los años sesenta y setenta del
pasado siglo a muchos autores a culpar a los aliados de haber perpetrado un
genocidio contra el pueblo paraguayo. Tal afirmación peca de injusta e
inexacta, y si bien el ejército brasileño cometió en los últimos quince meses
de campaña varios crímenes de guerra, éstos no bastarían para explicar las terroríficas
pérdidas sufridas por la población guaraní. Al margen de que no deben olvidarse
las innumerables víctimas del
régimen de Francisco Solano López (cuyos esbirros perpetraron, especialmente en
las fases finales del
conflicto, verdaderas masacres entre sus compatriotas), la mayoría de los
muertos paraguayos fueron víctimas, no de la acción enemiga, sino de las epidemias
y las hambrunas. Lo insalubre de la región y las deficientes condiciones
sanitarias favorecieron la propagación de enfermedades tales como el cólera, la
fiebre amarilla y la viruela, mientras que el inflexible esfuerzo de guerra
ordenado por López y la injustificable destrucción de la agricultura y la
ganadería del país por parte de los aliados en las postrimerías del conflicto
(en este punto pisan terreno más firme quienes alegan la existencia de un
genocidio) hicieron que los víveres disponibles para la población civil
menguaran en forma angustiante: la cantidad de pérdidas humanas convertiría a
la Guerra del Paraguay en el conflicto más sangriento de la segunda mitad del
siglo XIX después de la Guerra Civil norteamericana, superando ampliamente a la
Guerra de Crimea y a la Guerra Franco-prusiana.
Mario Díaz Gavier
(Reproducido de En tres meses en Asunción. De la victoria de Tuyutí al desastre de Curupaytí por gentileza de Ediciones del Boulevard, Córdoba).
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