viernes, 15 de febrero de 2013

LAS VÍCTIMAS DE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA


Resulta imposible determinar con total exactitud el número de víctimas de la Guerra de la Triple Alianza. El único beligerante cuyas pérdidas humanas pueden calcularse con razonable precisión es Uruguay, debido a lo reducido de su contingente y al hecho de tratarse exclusivamente de personal militar: aparentemente, de 5.583 hombres que participaron de la contienda murieron 3.120, es decir, más de la mitad.
Los partes oficiales del Ejército Argentino dan la cifra de 2.967 muertos en combate hasta el 16 de julio de 1868, y teniendo en cuenta que a partir de entonces las únicas batallas importantes con participación argentina fueron Acayuazá, Lomas Valentinas y Peribebuy, podemos cifrar dichas pérdidas en poco más de 3.100. Aplicando la regla según la cual los caídos en combate representaban en esa época sólo un 25% del total, es lícito estimar los muertos argentinos en alrededor de 12.000, aunque por supuesto dicha cifra es una mera aproximación y no debe ser tomada como absoluta.
Igualmente difícil de calcular es la cantidad de bajas fatales sufridas por Brasil. El gobierno imperial declaró en 1870 que entre el inicio del conflicto y el 18 de agosto de 1869 4.332 soldados habían perdido la vida, una cifra ridículamente baja que ha sido unánimemente descartada por los historiadores. Algunas fuentes estiman el número de muertos en 100.000, lo que parece evidentemente excesivo en comparación con el número de efectivos alistados. Muy probablemente, dichas pérdidas rondaron la cifra de 50.000, víctimas de las epidemias incluídas.
La polémica se torna inevitable cuando se repasan las pérdidas sufridas por Paraguay. Efraím Cardozo declaró que, de una población de 1.300.000 habitantes al iniciarse el conflicto, sólo sobrevivieron 200.000, mayormente mujeres y ancianos: dicha afirmación se basa en un trabajo de Gabriel Carrasco del año 1905. Tal escalofriante cifra de más de un millón de muertos resulta sin embargo insostenible al confrontarla con modernos estudios demográficos. El censo de 1846 ordenado por Carlos Antonio López había dado un total de 238.862 habitantes, y si bien un cierto margen de error resulta inevitable (por ejemplo, al no incluir las tribus indígenas “salvajes”) se trata del dato más confiable del que disponemos. Dado que Paraguay en modo alguno era un país de inmigración (como comenzaban a serlo en forma incipiente Argentina y Brasil) resulta sencillamente imposible creer que la población pudiera quintuplicarse en el lapso de dos décadas. Una proyección realista elevaría la población paraguaya en 1865 a una cifra que oscilaría entre los 450.000 y 500.000: considerando los 221.079 habitantes (106.254 mujeres, 86.079 niños y 28.746 hombres) registrados por el censo llevado a cabo por los aliados en 1872, los nacimientos que tuvieron lugar durante el conflicto y los habitantes que emigraron a Argentina y Brasil al finalizar la contienda, puede estimarse que los muertos paraguayos rondaron los 300.000: cifra de por sí suficientemente terrible, al representar un 60% de la población…
Si bien los soldados paraguayos sufrieron en combate pérdidas muy superiores a las de sus adversarios (por un lado debido a su inferioridad numérica y técnica y por otro a su fanático coraje, sólo comparable al de los combatientes japoneses durante la guerra del Pacífico), la cifra total de bajas militares es muy inferior a la arriba citada, correspondiendo la mayor parte de los muertos a la población civil. Este hecho llevó en los años sesenta y setenta del pasado siglo a muchos autores a culpar a los aliados de haber perpetrado un genocidio contra el pueblo paraguayo. Tal afirmación peca de injusta e inexacta, y si bien el ejército brasileño cometió en los últimos quince meses de campaña varios crímenes de guerra, éstos no bastarían para explicar las terroríficas pérdidas sufridas por la población guaraní. Al margen de que no deben olvidarse las innumerables víctimas del régimen de Francisco Solano López (cuyos esbirros perpetraron, especialmente en las fases finales del conflicto, verdaderas masacres entre sus compatriotas), la mayoría de los muertos paraguayos fueron víctimas, no de la acción enemiga, sino de las epidemias y las hambrunas. Lo insalubre de la región y las deficientes condiciones sanitarias favorecieron la propagación de enfermedades tales como el cólera, la fiebre amarilla y la viruela, mientras que el inflexible esfuerzo de guerra ordenado por López y la injustificable destrucción de la agricultura y la ganadería del país por parte de los aliados en las postrimerías del conflicto (en este punto pisan terreno más firme quienes alegan la existencia de un genocidio) hicieron que los víveres disponibles para la población civil menguaran en forma angustiante: la cantidad de pérdidas humanas convertiría a la Guerra del Paraguay en el conflicto más sangriento de la segunda mitad del siglo XIX después de la Guerra Civil norteamericana, superando ampliamente a la Guerra de Crimea y a la Guerra Franco-prusiana.

Mario Díaz Gavier

(Reproducido de En tres meses en Asunción. De la victoria de Tuyutí al desastre de Curupaytí por gentileza de Ediciones del Boulevard, Córdoba). 


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