jueves, 1 de noviembre de 2012

MARIANO MORENO O CÓMO INVENTAR UN PRÓCER

Fue el vulgarizador historiográfico Felipe Pigna quien calificó a Mariano Moreno como “el primer desaparecido de la historia argentina” y combinó así -en aras de una lucrativa versión amarillista de la Historia- su trasnochado setentismo con un mito casi tan antiguo como la Argentina independiente: la leyenda negra urdida contra Cornelio Saavedra, a quien se imputó la muerte del ex-secretario de la Primera Junta durante su viaje a Inglaterra presentando como un envenenamiento lo que probablemente fue una apendicitis y consecuente peritonitis. Extinguidos ya los estridentes fastos que rodearon el bicentenario de la Revolución de Mayo parece necesario analizar la nebulosa aura que rodea la figura de Moreno y desentrañar la realidad del mito. 
Tal como Hugo Wast lo señaló hace ya medio siglo en su notable Año X, la condición de “prócer” de Mariano Moreno es básicamente una hechura de su hermano Manuel, quien en 1812 publicó en Londres Vida y memorias del Dr. Dn. Mariano Moreno. Con los altamente improbables colores del impresionismo fraternal, Manuel Moreno se dedicó a presentar a su hermano como el único protagonista del movimiento independentista en el Río de la Plata en desmedro de Saavedra, arrojando incluso sobre éste la sospecha de homicidio. Tal intriga fue coronada por el éxito, logrando opacar exitosamente la figura del primer gobernante patrio, cuya condición de comandante del Regimiento de Patricios fue vital a la hora de deponer a la autoridad virreinal. Dado que la mayoría de los historiadores han abrevado incautamente en tal turbia fuente (origen de frases apócrifas tales como “viva mi patria aunque yo perezca” y “se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego”), parece más expeditivo aclarar qué es lo que Mariano Moreno no fue antes de pasar a detallar lo que efectivamente fue.  

-Mariano Moreno no integró el grupo de conspiradores independentistas: no sólo jamás asistió a las reuniones secretas organizadas por Saavedra y otros patriotas, sino que además fue uno de los dos criollos que integraron la conspiración de Martín de Álzaga del 1° de enero de 1809, cuyo objetivo era deponer al virrey Liniers para asegurar el poder a los españoles peninsulares. Tal intentona fue impedida por la decidida intervención de Saavedra y sus Patricios y daría origen al odio de Moreno -quien, dicho sea de paso, se convertiría en amigo y asesor del virrey Cisneros- hacia quien posteriormente encabezaría la Primera Junta.  

-Mariano Moreno no tuvo ningún protagonismo en el Cabildo Abierto de mayo de 1810: al rememorar la histórica votación del día 22 que culminó con la deposición de Cisneros, Vicente López y Planes declaró haber descubierto a Moreno acurrucado en uno de los escaños más alejados, lamentando haber votado en contra del virrey “por la insistencia y majadería de Martín Rodríguez” y afirmando con tono temeroso que “si no nos prevenimos, los godos nos han de ahorcar antes de poco; tenemos muchos enemigos y algunos andan entre nosotros y que quizá sean los primeros en echarnos el guante”. Una actitud no precisamente airosa que contrasta con la difundida imagen del fogoso orador de avasallante retórica (tal mito es producto de otro libro de Manuel Moreno: Colección de Arengas en el Foro y Escritos del Doctor Dn. Mariano Moreno, opúsculo publicado en 1836 y que curiosamente… ¡no incluye ninguna arenga!) 
No es casual que tras dicha votación Moreno desapareciera súbitamente de escena: si hemos de creerle a su hermano, éste recién pudo anunciarle su nombramiento como secretario de la Junta al anochecer del 25 de mayo, tras encontrarlo en casa de un amigo “entretenido en conversaciones indiferentes”. Ni siquiera entonces mostró Moreno mayor entusiasmo: según su devoto biógrafo, el presunto adalid de la independencia argentina se hallaba “envuelto en mil meditaciones, sobre si debía aceptar el nombramiento”, llegando incluso a poner en entredicho “la legitimidad de los procedimientos que acababan de suceder” (!)  

-Mariano Moreno no fundó la Biblioteca Nacional: la Primera Junta se limitó a nombrar a Moreno “Protector” (es decir, comisionado) de la futura Biblioteca Pública. El escaso interés que el secretario dedicó a la institución queda evidenciado en el hecho de que donara un único libro (contrastando por ejemplo con los generosos aportes de Belgrano) y que al embarcarse meses después hacia Inglaterra no considerara necesario legar a la biblioteca ni una ínfima parte de su exorbitante sueldo. 
En realidad, la primera idea de una biblioteca pública corresponde al obispo Manuel Azamor y Ramírez, quien al morir en 1796 legó con tal fin su extraordinaria biblioteca. Posteriormente el canónigo doctor Luis José Chorroarín, rector del Real Colegio de San Carlos, intentaría materializar el proyecto, siendo desgraciadamente impedido por las Invasiones Inglesas. Recién el 16 de marzo de 1812 (es decir, cuando hacía más de un año que Moreno era pasto de los peces) fue fundada oficialmente la Biblioteca Pública de Buenos Aires, siendo Chorroarín su primer director y bibliotecario, así como uno de sus principales donantes.  

-Mariano Moreno no fue el padre del periodismo argentino: en contra de una difundida superstición, la Gazeta de Buenos-Ayres (cuya fundación fue decretada el 2 de junio de 1810 por la Junta en pleno) no fue el primer periódico del actual territorio argentino. De hecho hubo nada menos que tres publicaciones precursoras: el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiógrafo del Río de la Plata (fundado el 1° de abril de 1801 por Francisco Antonio Cabello y Mesa), el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (dirigido por Juan Hipólito Vieytes y aparecido el 1° de septiembre de 1802) y el Correo de Comercio (surgido el 3 de marzo de 1810 a instancias del virrey Cisneros y dirigido por Manuel Belgrano). Por añadidura, debe señalarse que los artículos de la Gazeta no estaban firmados: la paternidad que se le atribuye a Moreno de buena parte de dichas contribuciones carece del menor asidero, y resulta sugerente que su fraternal panegirista sólo incluyera en su recopilación de escritos apenas dos artículos. 

-Mariano Moreno no fue el apóstol de la ética republicana: el tan cacareado Decreto de supresión de los honores al Presidente (que en realidad afectaba a todos los miembros de la Junta) tuvo origen en un ridículo episodio de ribetes sainetescos. El 5 de diciembre de 1810 se celebró en el cuartel del Regimiento de Patricios un baile con motivo de la reciente victoria de Suipacha. Moreno intentó asistir pero el centinela lo detuvo en la puerta ya que no lo conocía y el secretario de la Junta no quiso revelar su identidad. Poco después, el humillado Moreno fue informado por amigos de que durante el baile un oficial con algunas copas de más había tomado una corona de alfeñique de un postre y la había obsequiado a la mujer de Saavedra… 
Por increíble que parezca, tal nadería fue magnificada por Moreno como un intento de Saavedra de coronarse emperador, lo que llevó al secretario a redactar el citado decreto. Baste citar un párrafo para evidenciar la grotesca desproporción entre este edicto fulminante y el trivial incidente que lo motivó: “Habiendo echado un brindis D. Atanasio Duarte, con que ofendió la probidad del Presidente y atacó los derechos de la patria, debía perecer en un cadalso; por el estado de embriaguez en que se hallaba se le perdona la vida; pero se le destierra perpetuamente de esta ciudad; porque un habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la libertad de su país”. 
La anécdota ejemplifica la personalidad desequilibrada del secretario de la Primera Junta, que desperdiciaba tiempo y esfuerzo en semejantes nimiedades (lo que contrastaba con su increíble desidia en la redacción de las actas de la Junta) durante un período crucial en que el destino de la revolución se jugaba en el Alto Perú. Que semejante tontería haya pasado a la posteridad se debió a la blandura de Saavedra y los restantes miembros de la Junta, que accedieron a rubricar tal decreto como quien da condescendientemente la razón a un loco… 

Único retrato contemporáneo de Mariano Moreno, obra de Juan de Dios Rivera que contrasta vívidamente con la idealizada versión encargada un siglo más tarde a Pedro Subercaseaux Errázuriz.
"Como ocurre con todas las figuras de nuestra historia, los manuales de enseñanza primaria -que también sirven para 'estudiar' historia argentina en medios que debieran tener mejor visión- han edulcorado su carácter y su imagen para presentarlo como ejemplo prócer al culto de los niños. Así como nada tiene que ver el auténtico Moreno, enjuto, nervioso y picado de viruelas, con el joven regordete y apacible de las oleografías escolares; el dictador que se manejaba con el terrorismo y el engaño para hacer una revolución, está lejos del idílico demócrata, creador de bibliotecas y 'fundador de la libertad' de la imaginería corriente" (José María Rosa, "Historia Argentina")


Ahora parece necesario recordar lo que este personaje realmente fue: 

-Mariano Moreno fue uno de los principales defensores de los intereses británicos en el Río de la Plata: en su Plan de operaciones Moreno no dudaría en proponer la cesión de la isla Martín García a Inglaterra. Su anglofilia también queda manifiesta en la Representación de los Hacendados, frecuentemente presentada como hito del libre comercio. En realidad, en dicho texto -tan citado y tan poco leído- Moreno se limitaba a proponer al virrey franquicias exclusivamente para las mercaderías inglesas: tal idea no sólo no distaba de ser revolucionaria sino que ni siquiera era original, ya que el 20 de agosto de 1809 -es decir, cuarenta días antes de concluído el escrito de Moreno- Cisneros se había dirigido al Cabildo con una propuesta similar. En cuanto a la presunta influencia de la Representación de los Hacendados en el surgimiento del movimiento independentista, es insostenible si se recuerda que el citado escrito fue publicado recién a mediados de 1810. En realidad, lo que más llama la atención en este trabajo es su empalagosa obsecuencia hacia la monarquía española: “Vivimos por fortuna bajo un príncipe benigno, nacido en tiempos ilustrados y formado por leyes suaves”.  
Para quienes -como el Sr. Pigna- quieren ver en Moreno una suerte de Che Guevara decimonónico, su devoción hacia las coronas europeas resulta harto embarazosa: motivo por el que también se omite mencionar que la principal intervención del abogado Mariano Moreno fue representando al acaudalado propietario de un conventillo en el desalojo de un inquilino moroso…  

-Mariano Moreno encarnó un jacobinismo sanguinario: tal como lo señaló certeramente Wast, “habiendo sido tan avaro de su propia sangre en los campos de batalla, se mostraba tan generoso de la sangre ajena en el cadalso”. Efectivamente, al producirse las Invasiones Inglesas este abogado de 27 años de edad no se consideró obligado a participar de la lucha contra los intrusos (como contraste, recordemos que numerosos adolescentes se enrolaron en el cuerpo auxiliar “Jóvenes Decentes de la Artillería” y que incluso un niño de 11 años llamado Manuel Nogué se destacaría en la Defensa integrando el Tercio de Catalanes). Eso sí, parapetado tras un escritorio y blandiendo una pluma, el secretario de la Primera Junta se jactaría de su falta de misericordia (incluso su hermano escribiría con orgullo: “Enhorabuena que al Dr. Moreno no se le conceda el atributo de la clemencia”) y pretendería implantar en el Río de la Plata un régimen a imagen y semejanza del Gran Terror. 
Sus primeras víctimas fueron Liniers y sus compañeros, condenados a muerte por la Junta a instancias de Moreno. Al enterarse de que los caudillos realistas habían sido capturados y eran enviados a Buenos Aires, el secretario dio rienda suelta a su furia (“¿Con qué confianza encargaremos obras grandes a hombres que se asustan de su ejecución?”) y no tardó en despachar a Castelli a fin de hacer cumplir la sentencia, lo cual tuvo lugar el 26 de agosto de 1810 en las cercanía de la posta de Cabeza de Tigre: se escribía así la primera página negra de la Argentina independiente. 
Pocos documentos prueban mejor la siniestra personalidad de “este hombre de baja esfera, revolucionario por temperamento, soberbio y helado hasta el extremo” (así calificó Saavedra a Moreno con implacable concisión) que su infame Plan de las operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia, fechado el 30 de agosto de 1810. En este verdadero manual de terrorismo de Estado encontramos las siguientes frases: 
 -“No debe escandalizar el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa…” 
-“La menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa, debe castigarse con pena capital” 
-“Los bandos y mandatos públicos deben ser muy sanguinarios…” 
A ello se suman las intrucciones enviadas por Moreno a Castelli en su rol de “comisario político” de la expedición al Alto Perú. Citemos solamente dos pasajes:  
-“En la primera victoria que logre dejará que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir el terror en los enemigos”
 -“El presidente Nieto, Córdoba, el gobernador Sanz, el Obispo de La Paz, Goyeneche, y todo hombre que haya sido principal director de la expedición, deben ser arcabuceados en cualquier lugar donde sean habidos” 
Poco puede sorprender que tal crueldad demencial, unida a la grosera irreligiosidad de Castelli y Monteagudo, lograran trocar el inicial entusiasmo de la población local por la causa independentista en indignada resistencia contra los atropellos de los “porteños”, provocando así la secesión de la actual Bolivia del resto del antiguo virreinato (en lo cual sería seguida poco después por Paraguay y posteriormente por Uruguay). 

-Mariano Moreno ejemplificó el centralismo porteño más intolerante: al producirse el arribo de los diputados del interior -encabezados por una figura de la talla del deán Gregorio Funes- en respuesta a la invitación cursada por el primer gobierno patrio, Moreno se opuso tercamente a su incorporación a la Junta por considerarla “contraria al bien de los Pueblos y a la dignidad del Gobierno”. Es decir que “el verdadero numen de la revolución democrática” (Mitre dixit) pretendía que nueve vecinos de Buenos Aires continuaran indefinidamente como autoproclamadas autoridades de un territorio que incluía los actuales países de Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia sin aceptar participación alguna de las provincias. Cuando en la sesión del 18 de diciembre de 1810 la incorporación de los diputados del interior fue aprobada por 14 votos contra 2 (sólo Juan José Paso apoyó la postura del secretario), Moreno presentó furioso su renuncia. Cedamos la palabra a Saavedra: “Yo fuí el primero en no admitirla y entonces me llamó aparte y me pidió por favor se le mandase de Diputado a Londres: se lo ofrecí bajo mi palabra; lo conseguí de todos: se le han asignado 8.000 pesos al año mientras esté allí, se le han dado 20.000 pesos para que lleve para gastos; se le ha concedido el llevar a su hermano y a Guido, tan buenos como él, con dos años adelantados de sueldo y 500 pesos de sobresueldo, en fin, cuanto me ha pedido tanto le he servido…” 

Tal es la verdadera faz del nefasto personaje que la historiografía porteñista se ha empeñado en presentar durante dos siglos como alma mater de la Revolución de Mayo a costa de Cornelio Saavedra, verdadero arquitecto del movimiento independentista. Es de desear que dicha realidad nos mueva a replantearnos con seriedad nuestra visión del pasado, permitiéndonos así revalorar a figuras injustamente relegadas y colocar en su merecido lugar a las numerosas imposturas de nuestra historia.  

Mario Díaz Gavier

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